

Fortnite, Minecraft, Among Us, Call of Duty... forman parte del vocabulario y el día a día de muchos niños. Se trata de videojuegos a los que suelen dedicar muchas horas, en algunas ocasiones sin control paterno. Los excesos ya se empiezan a notar y los padres se preguntan cómo saber si sus hijos están enganchados y, lo más importante, de qué manera librarlos de esa posible adicción.
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Los bebés nacen casi con un móvil bajo el brazo. Así que cuando llegan a la adolescencia su consumo de pantallas es ya muy elevado. Pero la Asociación Americana de Pediatría (AAP) lo tiene claro. Antes de los 18 meses debería habría una ausencia total de pantallas (a no ser para videoconferencias ocasionales con familiares), y entre los dos y los cinco años, el límite de uso estaría en una hora al día como máximo, dedicada a programas de calidad y acompañados de sus padres. A partir de los seis años, la AAP aboga por un consumo coherente que no quite tiempo a otras actividades esenciales, como el sueño, la comida, el deporte, la relación familiar o el estudio. En todo caso, no es una “barra libre” y se establece un marco de no más de dos horas para mayores de 16 años. Es la misma línea de las nuevas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que establece un máximo de dos horas diarias para mayores de cinco años, bajo la premisa de “cuanto menos, mejor”.
El uso de pantallas impacta, fundamentalmente, en cuatro áreas de la vida del niño: seguridad, personalidad, sociabilidad y creatividad. “Es importante no demonizar las pantallas, ni los videojuegos, que pueden ayudar a desarrollar las habilidades y talentos”, subraya María José Abad, coordinadora de Empantallados, una plataforma que aborda la educación de los niños en el entorno digital. La balanza se puede inclinar hacia uno u otro lado: beneficios o perjuicios, y el papel de los padres es absolutamente clave. Porque: “Un uso excesivo de ellas o un mal uso puede causar daños tanto físicos como emocionales en la infancia”, advierte la experta. Así, pueden aparecer trastornos del sueño, falta de atención, bajo rendimiento académico, sobrepeso, sedentarismo…
Al margen del tiempo en sí que dedique a las videoconsolas, hay un factor muy importante a tener en cuenta para valorar si el niño está enganchado: ¿qué cosas deja de hacer por jugar online? Se puede hablar de que hay un consumo abusivo de videojuegos si:
“Se ha demostrado que el abuso de los juegos online puede conllevar síntomas muy parecidos a las adicciones a sustancias”, advierte María José Abad. “Para que podamos hablar de una posible adicción, estos síntomas deben ser estables en el tiempo: sería un error confundirlo con la rabia puntual de un adolescente porque le cortes una partida en el momento de más disfrute (algo que deberíamos evitar porque sería tan injusto como parar una película o un partido 10 minutos antes del final)”, aclara.
¿Quién no ha definido a los niños de hoy día como “nativos digitales”? Es cierto, las pantallas son como una extensión de sí mismos, pero también lo es que por ese motivo pasan mucho tiempo solos. Por eso hay quien prefiere hablar de “huérfanos digitales”. “Es imprescindible acompañar a nuestros hijos en el mundo digital, un acompañamiento que tendrá que ser adecuado a cada edad”, destaca la portavoz de Empantallados.
Desde esta organización ofrecen una serie de consejos para facilitar ese acompañamiento digital:
Los padres juegan un papel esencial a la hora de “desenganchar” a sus hijos del uso excesivo de los videojuegos. Por un lado, a través del ejemplo, renunciando ellos mismos también a las pantallas en determinados momentos y, por otro, mediante lo que se conoce como “modelado positivo”, que se basa en “enseñarlos a regular sus emociones sin acudir a los videojuegos como vía de escape. Preguntarles cómo se sienten, cómo pueden reaccionar ante lo que sienten, ayudarles a verbalizar sus emociones…” recomienda María José Abad.
En todo caso, si la situación se escapa de las manos, conviene consultar con un profesional. Y antes de llegar a eso, mucho antes, es fundamental tomar el control, estableciendo pautas y horarios, con momentos en que no se pueden usar las videoconsolas (nunca antes de dormir ni en la hora de la comida ni en tiempo dedicado solo la relación familiar) y priorizando obligaciones para que tengan claro si se puede jugar en días de colegio o no, y cuánto pueden hacerlo los festivos.
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